viernes, 24 de mayo de 2013

NO SOY EL ASESINO… SÓLO SOY EL MAYORDOMO

Mi querido y apreciado Ernest:
Pere, un mayordomo normal...algo esquizofrénicop...pero normal
Espero que al recibir esta carta te encuentres bien de salud. Yo bien, dentro de lo que cabe en un frasco de cristal, o mejor porcelana japonesa -¡hay que ver cómo me gusta la porcelana china esa, la encuentro como muy barroca…!- me han dicho que están organizando El mes Asiático en El Corte Ingles y no me lo puedo perder…¿Qué te estaba diciendo que me he perdido? Ya recuerdo, que me encuentro relativamente bien –siempre a Dios gracias- si exceptuamos esa ulcera gástrica que me diagnosticaron de pequeño y que siempre que como macarrones me repite y me repite que rabio de dolor…desde entonces, desde pequeño, siempre pensé que sí, quizás, dejará de comer macarrones todos los jueves pues notaria cierto alivio.
Puse en práctica el consejo que me diste, aquel de cambiar con bolígrafo los jueves con los viernes y sólo conseguí que la úlcera gástrica me doliera los viernes a ‘boli’ así que no conseguimos de ninguna de las maneras engañar al hombre del tiempo. El muy cabrito, por no emplear otra palabra más doliente -¿Doliente viene de dolor, no? Sí, creo que si- se empeñó que los fines de semana tenían que ser lluviosos y mira que se puso cansado el jodido, cada fin de semana agua…no recuerdo bien si caían 20 o 200 litros  por metro cuadrado, pero agua si caía , vamos que si…y claro, como preludio a los diluvios universales que nos organizaba el tal Tico Medina –descendiente de Noé, seguro- para ahogarnos el ‘fin-de’, pues los jueves eran húmedos, muy húmedos…bueno en realidad eran mojados y te diré una cosa Ernest, pero que quede entre tú y yo, tanta humedad y tanta agua todos los jueves –bueno, algún viernes también, pero no todos, ¿eh?- yo creo que de alguna forma tenía que ver con mis macarrones, mi úlcera gástrica…¡Qué vá, qué va… en absoluto…!  Aquí he escrito la contestación porque se tu pregunta de ante mano, mira que te conozco como si te hubiera parido, las migrañas que también sufría de pequeño, las padecía –y todavía me queda algún recuerdo de aquellos entonces, que tiempos tan hermosos Ernest- como si me llegaran en sobre certificado y con acuse de recibo ora lunes, ora martes semanas alternas, migrañas por prescripción facultativa y es imposible…imposible…Ernest, que te digo imposible por dos motivos.
El primero porque soy un mayordomo organizado y metódico  y modélico y para no repetir, como sucede con los macarrones y la úlcera gástrica, decidí que las migrañas alternarlas lunes y martes, según la semana pero hice trampillas…si Ernest, hice trampas porque si la migraña caía en festivo, la cambiaba de día, y la cambio todavía y en paz.
Mi querido Ernest para finalizar esta carta  quiero que sepas que sí, que efectivamente me dieron cita previa con mi doctora…con la doctora Fuster que es la mía de cabecera desde hace… hace…no sé lo que debe hacer tú,  entre uno y cuatro años más o menos, no estoy seguro porque el tiempo pasa al galope y como a mí no me gusta la hípica ni el mundillo del noble bruto, pues me aburro y me pasa más al galope todavía…¿Por qué te contaba esto?  Ah si, ahora recuerdo…que le explique todo, todo, todo…sin dejarme ningún pelo en la lengua.
El selorito Jaime e sus aposentos...muerto.
Lo puse todo encima de la mesa de su consulta –por cierto, la número 9, piso 2º del Ambulatorio- y no te negaré que se extrañó un poco, bueno se extrañó bastante de que no hubiera acudido antes a su consulta pero mi argumento era consistente, sólido, sórdido, antagónico  y aplastante. La miré fijamente a los ojos, aunque cierto estrabismo hacia que mi mirada fuera obligada al análisis y contemplación de un canalillo que pretendía esconder con un botón mal abrochado en su escote escondido en una bata blanca dos tallas por debajo de las necesidades reales de la galena en cuestión
Cuando se dio cuenta de que mis ojos no tenían control posible, la situación había afectado considerablemente y rendidos a leyes de la naturaleza viril a órganos tan vitales como el cerebro –una olla a presión tú, sin exagerar- la lengua incontrolada y dominada por idiomas que ni tan siquiera yo sabía que existieran…ah claro, eran lenguas muertas pero como no están enterradas flotaban en el ambiente y como yo soy débil de espíritu se aprovecharon de mi sencillez y de que soy un joven de 59 años…mira que mi madre me lo decía –se llamaba Dulce, pobrecita ella, qué Dios la tenga en su memoria- me decía: ‘Pere, tienes que saber nadar y guardar la ropa’. Yo, como hijo ejemplar que soy, siempre lo intenté pero ya me gustaría que me dijeran como se guarda la ropa si no hay armarios con bolitas anti polillas y perfumadas con aroma mentolado tipo ‘vip-vapor-u’ en las playas. Es que también, no hay derecho…
Veamos…recapitulemos el guión de la carta…ah claro, que yo ante aquel espectáculo de físico de la doctora lo que buscaba en realidad era una reanimación de esas que denominan ‘boca a boca’ pero como doctores tiene la iglesia –no sé qué significa pero mi editor me aconseja que lo escriba- la Fuster recurrió a la lavativa. Si Ernest una lavativa que me recordó como si la estuviera viendo ahora mismo, a la Caballé cantando Barcelona, allá por el 92, mientras Freddy Mercury me miraba con ojos lascivos y sonrisa socarrona que no entendí muy bien por qué…seguro que no hubiera reído tanto si se la hubieran puesto a él.
Recuperado un porcentaje bastante elevado de mi inconsciencia transitoria, entre un 19 y un 23 por ciento más o menos, totalmente onírica y claustrofóbica, y sentado frente a frente con mi doctora de cabecera, fui desgranando mi situación y era curioso Ernest, curioso porque cuantas más cosas confesaba, el botón que ejercía de defensor central del canutillo del escote que tapaba con su bata blanca, parecía que iba a saltar por los aires. Desgraciadamente eso no ocurrió.
Como suele ser habitual en estos casos, mantuvimos una muy dilatada conversación por espacio de seis minutos y veintidós segundos, repartidos cuatro por mí y dos por la doctora…bueno, la doctora en realidad fueron dos con veintidós en estos últimos bebió agua, se refresco el rostro, suspiró tres veces y pestañeó con el turbo puesto. Su primer comentario me llenó de satisfacción y fue un halago para un servidor: ‘Su caso es de juzgado de guardia’.’me dijo
Fue un comentario profesional que me llenó de orgullo y satisfacción. Un juzgado de guardia para mi solito estudiando mi caso… ¿Te has dado cuenta, Ernest? Para que luego vayan hablando mal de la Seguridad Social. Sí, es cierto, antes de confesar el verdadero motivo de mi visita, como dos amigos, hablamos de los fatídicos días de la semana…los lunes, martes, y jueves, de las migrañas, de mi querida y amada úlcera gástrica y ella ya sabes cómo hablan los médicos me dijo que yo era un poco…¿Melómano? ¿Pirómano? ¿Melancólico?... ¡¡¡Hipocondriaco esquizofrénico ¡!! Eso es lo que me dijo Ernest, hipocondría con y esquizofrenia.
No sabes que peso me quitó de encima, por un momento pensé que podía ser pederasta de nivel 7 en la escala de Richter.
El final fue lo mejor, cuando le confesé que ‘he descubierto al señorito Jaime en sus aposentos con un cuchillo de cocina clavado en la espalda pero…pero doctora yo no he sido , yo sólo soy el mayordomo’
Entonces la doctora Fuster me miró, una mirada cálida y rojiza ya que no se le distinguía el blanco ocular, y voz temblorosa ,de la emoción supongo, apenas sin entenderla, como te digo muy excitada, me advirtió:.
.- Mire Pere, encantando de haber conocido a un tipo como usted, pero  Comisaría se encuentra en la esquina de la derecha en cuanto salga de este ambulatorio.
Sin duda un día de suerte para mí: dos visitas obligadas en la misma calle . El señorito Jaime no ha tenido tanta suerte.

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