Mi querido y apreciado Ernest:
Pere, un mayordomo normal...algo esquizofrénicop...pero normal |
Espero que al recibir esta carta te
encuentres bien de salud. Yo bien, dentro de lo que cabe en un frasco de
cristal, o mejor porcelana japonesa -¡hay que ver cómo me gusta la porcelana
china esa, la encuentro como muy barroca…!- me han dicho que están organizando
El mes Asiático en El Corte Ingles y no me lo puedo perder…¿Qué te estaba
diciendo que me he perdido? Ya recuerdo, que me encuentro relativamente bien
–siempre a Dios gracias- si exceptuamos esa ulcera gástrica que me
diagnosticaron de pequeño y que siempre que como macarrones me repite y me
repite que rabio de dolor…desde entonces, desde pequeño, siempre pensé que sí,
quizás, dejará de comer macarrones todos los jueves pues notaria cierto alivio.
Puse en práctica el consejo
que me diste, aquel de cambiar con bolígrafo los jueves con los viernes y sólo
conseguí que la úlcera gástrica me doliera los viernes a ‘boli’ así que no
conseguimos de ninguna de las maneras engañar al hombre del tiempo. El muy
cabrito, por no emplear otra palabra más doliente -¿Doliente viene de dolor,
no? Sí, creo que si- se empeñó que los fines de semana tenían que ser lluviosos
y mira que se puso cansado el jodido, cada fin de semana agua…no recuerdo bien
si caían 20 o 200 litros por metro cuadrado, pero agua si caía , vamos
que si…y claro, como preludio a los diluvios universales que nos organizaba el
tal Tico Medina –descendiente de Noé, seguro- para ahogarnos el ‘fin-de’, pues
los jueves eran húmedos, muy húmedos…bueno en realidad eran mojados y te diré
una cosa Ernest, pero que quede entre tú y yo, tanta humedad y tanta agua todos
los jueves –bueno, algún viernes también, pero no todos, ¿eh?- yo creo que de
alguna forma tenía que ver con mis macarrones, mi úlcera gástrica…¡Qué vá, qué
va… en absoluto…! Aquí he escrito la
contestación porque se tu pregunta de ante mano, mira que te conozco como si te
hubiera parido, las migrañas que también sufría de pequeño, las padecía –y
todavía me queda algún recuerdo de aquellos entonces, que tiempos tan hermosos
Ernest- como si me llegaran en sobre certificado y con acuse de recibo ora
lunes, ora martes semanas alternas, migrañas por prescripción facultativa y es
imposible…imposible…Ernest, que te digo imposible por dos motivos.
El primero porque soy un
mayordomo organizado y metódico y
modélico y para no repetir, como sucede con los macarrones y la úlcera
gástrica, decidí que las migrañas alternarlas lunes y martes, según la semana
pero hice trampillas…si Ernest, hice trampas porque si la migraña caía en
festivo, la cambiaba de día, y la cambio todavía y en paz.
Mi querido Ernest para
finalizar esta carta quiero que sepas que
sí, que efectivamente me dieron cita previa con mi doctora…con la doctora
Fuster que es la mía de cabecera desde hace… hace…no sé lo que debe hacer
tú, entre uno y cuatro años más o menos,
no estoy seguro porque el tiempo pasa al galope y como a mí no me gusta la
hípica ni el mundillo del noble bruto, pues me aburro y me pasa más al galope
todavía…¿Por qué te contaba esto? Ah si,
ahora recuerdo…que le explique todo, todo, todo…sin dejarme ningún pelo en la
lengua.
El selorito Jaime e sus aposentos...muerto. |
Lo puse todo encima de la mesa
de su consulta –por cierto, la número 9, piso 2º del Ambulatorio- y no te
negaré que se extrañó un poco, bueno se extrañó bastante de que no hubiera
acudido antes a su consulta pero mi argumento era consistente, sólido, sórdido,
antagónico y aplastante. La miré
fijamente a los ojos, aunque cierto estrabismo hacia que mi mirada fuera
obligada al análisis y contemplación de un canalillo que pretendía esconder con
un botón mal abrochado en su escote escondido en una bata blanca dos tallas por
debajo de las necesidades reales de la galena en cuestión
Cuando se dio cuenta de que
mis ojos no tenían control posible, la situación había afectado considerablemente
y rendidos a leyes de la naturaleza viril a órganos tan vitales como el cerebro
–una olla a presión tú, sin exagerar- la lengua incontrolada y dominada por
idiomas que ni tan siquiera yo sabía que existieran…ah claro, eran lenguas
muertas pero como no están enterradas flotaban en el ambiente y como yo soy
débil de espíritu se aprovecharon de mi sencillez y de que soy un joven de 59
años…mira que mi madre me lo decía –se llamaba Dulce, pobrecita ella, qué Dios
la tenga en su memoria- me decía: ‘Pere, tienes que saber nadar y guardar la
ropa’. Yo, como hijo ejemplar que soy, siempre lo intenté pero ya me gustaría
que me dijeran como se guarda la ropa si no hay armarios con bolitas anti
polillas y perfumadas con aroma mentolado tipo ‘vip-vapor-u’ en las playas. Es
que también, no hay derecho…
Veamos…recapitulemos el guión
de la carta…ah claro, que yo ante aquel espectáculo de físico de la doctora lo
que buscaba en realidad era una reanimación de esas que denominan ‘boca a boca’
pero como doctores tiene la iglesia –no sé qué significa pero mi editor me
aconseja que lo escriba- la Fuster recurrió a la lavativa. Si Ernest una
lavativa que me recordó como si la estuviera viendo ahora mismo, a la Caballé
cantando Barcelona, allá por el 92, mientras Freddy Mercury me miraba con ojos
lascivos y sonrisa socarrona que no entendí muy bien por qué…seguro que no
hubiera reído tanto si se la hubieran puesto a él.
Recuperado un porcentaje
bastante elevado de mi inconsciencia transitoria, entre un 19 y un 23 por
ciento más o menos, totalmente onírica y claustrofóbica, y sentado frente a
frente con mi doctora de cabecera, fui desgranando mi situación y era curioso
Ernest, curioso porque cuantas más cosas confesaba, el botón que ejercía de defensor
central del canutillo del escote que tapaba con su bata blanca, parecía que iba
a saltar por los aires. Desgraciadamente eso no ocurrió.
Como suele ser habitual en
estos casos, mantuvimos una muy dilatada conversación por espacio de seis
minutos y veintidós segundos, repartidos cuatro por mí y dos por la
doctora…bueno, la doctora en realidad fueron dos con veintidós en estos últimos
bebió agua, se refresco el rostro, suspiró tres veces y pestañeó con el turbo
puesto. Su primer comentario me llenó de satisfacción y fue un halago para un
servidor: ‘Su caso es de juzgado de guardia’.’me dijo
Fue un comentario profesional
que me llenó de orgullo y satisfacción. Un juzgado de guardia para mi solito estudiando
mi caso… ¿Te has dado cuenta, Ernest? Para que luego vayan hablando mal de la
Seguridad Social. Sí, es cierto, antes de confesar el verdadero motivo de mi
visita, como dos amigos, hablamos de los fatídicos días de la semana…los lunes,
martes, y jueves, de las migrañas, de mi querida y amada úlcera gástrica y ella
ya sabes cómo hablan los médicos me dijo que yo era un poco…¿Melómano?
¿Pirómano? ¿Melancólico?... ¡¡¡Hipocondriaco esquizofrénico ¡!! Eso es lo que
me dijo Ernest, hipocondría con y esquizofrenia.
No sabes que peso me quitó de
encima, por un momento pensé que podía ser pederasta de nivel 7 en la escala de
Richter.
El final fue lo mejor, cuando
le confesé que ‘he descubierto al
señorito Jaime en sus aposentos con un cuchillo de cocina clavado en la espalda
pero…pero doctora yo no he sido , yo sólo soy el mayordomo’
Entonces la doctora Fuster me
miró, una mirada cálida y rojiza ya que no se le distinguía el blanco ocular, y
voz temblorosa ,de la emoción supongo, apenas sin entenderla, como te digo muy
excitada, me advirtió:.
.- Mire Pere, encantando de
haber conocido a un tipo como usted, pero Comisaría se encuentra en la esquina de la
derecha en cuanto salga de este ambulatorio.
Sin duda un día de suerte para
mí: dos visitas obligadas en la misma calle . El señorito Jaime no ha tenido
tanta suerte.
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